Hace varios años atrás, luego de un largo día de entrenamiento, le empecé a contar mis problemas maritales a mi amiga y mentora Janet Attwood, empezando sin darme cuenta con la frase “porque a él…”: “porque a él no le gustaba que viaje”, “porque a él le molestaba mi independencia”,“porque a él… porque a él… porque a él”.
Ella me escuchó en silencio, dejando que me descargue completamente, y luego me miró profundamente a los ojos y me dijo: “Honey, ¿sabés lo que debe ser estar casada con vos? Un día te levantaste y decidiste que querías cambiar tu vida, empezaste a estudiar de nuevo, viajaste, renunciaste a tu trabajo anterior y revolucionaste la casa. Además, por lo que me das entender, él es el te ayuda a pagar los entrenamientos. Sin embargo, él te apoya y cuida a tus hijos mientras vos y yo estamos acá. ¿Te parece que no se merece un tiempo para acomodarse a esta nueva mujer que tiene en su vida? El pasado no existe, es un pensamiento.”
Me quedé sin palabras… Si había algo que Diego me estaba enseñando a través de Janet esa noche, era su aceptación. Con sus idas y vueltas, él estaba aceptando que la mujer con la que se había casado ya no existía. Además, a su manera, apoyaba ese cambio porque veía que repercutía favorablemente en la familia. . Era fácil para él, no. Pero lo estaba trabajando y eso merecía todo mi respeto y admiración. Me estaba mostrando lo que era el verdadero amor: “yo quiero para vos lo que vos querés para vos”. Que es muy distinto a “yo quiero para vos lo que YO pienso que es mejor para vos”. ¿Somos el matrimonio perfecto? Ni ahí, pero aprendemos uno del otro cada día.