Uno de los momentos que más miedo sentí en mi vida fue cuando hice el seminario “Despierta el poder que hay dentro de ti” con Tony Robbins, un famoso coach americano. El objetivo del entrenamiento era desarticular todas tus creencias limitantes, basándose en el hecho de que el fuego es un miedo ancestral en ser humano y que, si una persona puede vencer este miedo tan primario, después va a poder con el resto de su sistema de creencias.
Uf! Y yo sí que tenía un sistema de creencias de lujo. Podía mostrar un catálogo muy completo que abarcaba desde: “no soy suficiente y nunca lo voy a ser por más que lo siga intentando”, pasando por “una buena mujer está en su casa cuidando de su familia”, hasta llegar al clásico “no se puede ser buena profesional y buena madre”. Completito, completito.
El primer día, después de prepararnos mentalmente durante toda la jornada, teníamos que hacer una caminata de ocho pasos sobre brasas ardientes. Por supuesto que no era obligatorio pero sabía (o mejor dicho sentía) que era algo que quería hacer porque me iba ayudar en muchos sentidos.
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Después de todo un día de entrenamiento, había llegado la hora de la verdad. Eran ocho simples pasos y ¡listo! Me saqué los zapatos, me puse en la fila y justo cuando era mi turno me paralicé totalmente. La cola detrás de mí era eterna y la asistente que estaba a mi izquierda me decía al oído “¡Yes!, ¡Yes! ¡Yes!…” La miré, eché un vistazo a las demás filas y al resto de la gente. Todos pasaban sin problema, concentrados, repitiéndose “¡Yes, Yes, Yes!”. Se escuchaban gritos de alegría, de triunfo. Entonces me dije: “si los demás pueden, ¡yo también!” Y por primera vez entendí el significado de sentirse inspirado por los demás.
Si bien mientras hice los ocho pasos sentí el calor abrazante de las brasas, y en un microsegundo pensé “ya está, me quemé”, el resultado me sorprendió. Pisé el asfalto después de la caminata y salté gritando: ¡lo logré, lo logré! Y abracé a la primera persona que se me cruzó. Me miré los pies, vi un par de ampollas y pensé: “mañana va a ser un problema caminar”. Pero ¿sabés qué? ¡Todos mis presagios fallaron!: no me quemé y al día siguiente no había rastro de ampollas.
Estuve en shock todo el día. Si yo había creado todos esos miedos en mi mente y sin embargo había podido con ellos (aún dudando un poco), ¿cuántos otros podría derrumbar? ¡Había caminado sobre brasas ardientes sin quemarme!