Apenas me recibí en la universidad me fui a vivir un año a USA sola, no fue para nada fácil porque en esa época casi no había internet y ni hablar de teléfonos celulares. Autoexigente como siempre fui, en cuanto volví a Buenos Aires me puse a trabajar durante seis años en una empresa multinacional. Me casé a los 25 años y a los 26 tuve mi primer hijo. Trabajaba más de doce horas diarias en la oficina para después volver a casa y atender primero uno y luego dos bebés. Mi estándar de mujer decía que tenía que ser una excelente profesional y una excelente madre a la vez, sin errores porque si no llegaba la culpa.
Cuando estaba en el trabajo quería estar en casa porque sentía que otra estaba cuidando a mis hijos. Cuando estaba en mi casa sentía que tenía que cuidar más mi trabajo si quería hacer “carrera”. No estaba cómoda en ningún lugar y los ataques de pánico no tardaron en aparecer. De a poco tuve que ir dejando mi trabajo, primero con una licencia por enfermedad y luego de manera definitiva. Recorrí cuánto profesional me recomendaron para ver si podía salir adelante.
Había perdido mi independencia económica y por eso decidí a empezar a tejer y a bordar ropa para después venderla. Me acuerdo noches en las que me quedaba hasta las doce para sacar más pedidos. Odiaba pedirle plata a mi marido. Siempre había soñado poder ser mi propio sostén y que lo económico nunca fuera una atadura en mi relación de pareja.
Un día me di cuenta que era yo quien me imponía todas esas exigencias y expectativas que me estaban ahogando. Cargaba con historias familiares, miedos, fracasos que no me pertenecía pero que YO había hecho propios. En algún punto estaba eligiendo inconscientemente vivir una vida que sentía que no era mía. El vacío y la sensación de no realización cada vez eran más grandes y en plena tormenta se murió mi mamá de un cáncer fulminante. Todas las conversaciones pendientes que habían quedado en nuestra tortuosa relación ahora no tenían posibilidad de ser concluidas.
En ese momento, un amigo me recomendó al primer ángel que apareció en el inicio de mi nueva vida: Carlota Lugones, una psicóloga que me acompañó en el proceso de volver a mí y fue testigo de mi renacer. De a poco me animé a creer en mí y decidí dedicarme al coaching para así acompañar a otras mujeres que estén en la misma situación compartiendo mis experiencias y herramientas aprendidas.
Si deseás crear la vida de tus sueños, antes tenés que aceptar que es ciento por ciento tu responsabilidad. Las cosas no te pasan, vos hacés que sucedan de manera activa o dejás que sucedan al adoptar un rol pasivo. Sos vos quien tiene poder sobre tus emociones y tus pensamientos. Es hora de abandonar la idea de pensar que los demás nos hacen cosas para empezar a pensar que nosotras muchas veces “permitimos” que nos sucedan las cosas.